Hay algo más triste en el
mundo
que
un tren inmóvil en la lluvia?
Pablo
Neruda
El aire de cristal, a
punto de quebrarse,
desdibuja ya todo límite
de cordura.
Desnuda y evidente,
manifiesta,
quizá en ti misma muerta
ya sin agonía
-desde tu esencia
insondable
aciaga privación de la
certeza-
te transformas en una
rota melodía
con los perfiles mórbidos
o convulsos,
de contornos funestos y
pétreos.
Ruidosamente
rítmica retorna
a
devorar distancias, la derrota
-el
abandono-, una vez más partiendo
de
aquel último andén de la estación.
Cincelando
translúcidos momentos
inicia
su marcha, urde la huída,
motores
intrigantes que me arrastran
y
se afanan en agrandar el frío,
empeño
cinético hacia el olvido.
Amalgama de sombras en
torno a un punto
-quizá ya sólo un amasijo
de recuerdos,
torcidos y derrotados por
la ausencia-
en el que sobreviven
apenas vestigios
de caricias y relámpagos
de risas,
casi inexistentes trazas
de aquellas pequeñas
muertes,
auguradas por tus ojos
licuados,
envueltas en palabras e
ilusiones dibujadas.
El
crepúsculo torvo y condenado
desdibuja
las vías troqueladas
y
con dedos quebrados acaricia
este
dolor del que deserto, a ciegas.
Férreo
camino sin marcas ni pautas,
máquina
que respira mi agonía,
a
un ritmo seco de amargos impulsos,
que
pugna, luz ciclópea, con la noche
para
acuñar un incierto destino.
¿Cómo ahormar el soplo
primigenio
que habría de asombrar,
irisado,
a cualquier duda surgida
de tu cuerpo?
¿Qué hacer vibrar en este
recorrido
sin pulso ni retorno
posible,
cuándo aludir y enunciar?
¿Con qué fluidez se
barajan y reparten
los cortantes límites
–nunca porosos-
de aquel fulgor, ahora
ahogado en silencio?
Traquetean temblando los vagones
en mí, transido de la noche al miedo.
Huyo de aquella metáfora incierta
-mi imagen reseca omitida en ti-
hasta la certidumbre del olvido.
La oscuridad desemboca en un túnel,
-interminable como tus presagios-,
y
éste desagua de nuevo en la noche;
tinieblas
otra vez como certeza.
Necesito distar –en
planos desacordes
y un tiempo intransitivo-
de todo núcleo de
esperanza.
Mi sangre, el deseo
replegado,
no pueden enraizarse sino
en sombras,
en áreas de légamo
esculpido,
y no soportan ecuaciones
sin llanto,
apenas suplican,
balbucean,
con un tremor denso ya
embarrado.
Y ronco, cabizbajo, derrotado,
en
el hondo fracaso de tu noche
ese
tren se detiene delirante
y
las lágrimas frías de mi lluvia
barnizan
los cristales despoblados,
empapando
su luz amortajada,
y
oxidan los raíles, el futuro,
reclamando
–esencial, funesto, terco-
un
lóbrego destino: la amargura.
(©
José M. Alvarez)
Enhorabuena por el poema. Afortunadamente, el tren de la noche avanza a toda máquina.
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