jueves, 26 de febrero de 2015

El tren de la noche. Fotografías











El tren de la noche


                                                                                                  Hay algo más triste en el mundo
                                                                                                  que un tren inmóvil en la lluvia?
                                                                                                  Pablo Neruda

El aire de cristal, a punto de quebrarse,
desdibuja ya todo límite de cordura.
Desnuda y evidente, manifiesta,
quizá en ti misma muerta ya sin agonía
-desde tu esencia insondable
aciaga privación de la certeza-
te transformas en una rota melodía
con los perfiles mórbidos o convulsos,
de contornos funestos y pétreos.

Ruidosamente rítmica retorna
a devorar distancias, la derrota
-el abandono-, una vez más partiendo
de aquel último andén de la estación.
Cincelando translúcidos momentos
inicia su marcha, urde la huída,
motores intrigantes que me arrastran
y se afanan en agrandar el frío,
empeño cinético hacia el olvido.

Amalgama de sombras en torno a un punto
-quizá ya sólo un amasijo de recuerdos,
torcidos y derrotados por la ausencia-
en el que sobreviven apenas vestigios
de caricias y relámpagos de risas,
casi inexistentes trazas
de aquellas pequeñas muertes,
auguradas por tus ojos licuados,
envueltas en palabras e ilusiones dibujadas.

El crepúsculo torvo y condenado
desdibuja las vías troqueladas
y con dedos quebrados acaricia
este dolor del que deserto, a ciegas.
Férreo camino sin marcas ni pautas,
máquina que respira mi agonía,
a un ritmo seco de amargos impulsos,
que pugna, luz ciclópea, con la noche
para acuñar un incierto destino.

¿Cómo ahormar el soplo primigenio
que habría de asombrar, irisado,
a cualquier duda surgida de tu cuerpo?
¿Qué hacer vibrar en este recorrido
sin pulso ni retorno posible,
cuándo aludir y enunciar?
¿Con qué fluidez se barajan y reparten
los cortantes límites –nunca porosos-
de aquel fulgor, ahora ahogado en silencio?

                        Traquetean temblando los vagones
                        en mí, transido de la noche al miedo.
                        Huyo de aquella metáfora incierta
                        -mi imagen reseca omitida en ti-
                        hasta la certidumbre del olvido.
                        La oscuridad desemboca en un túnel,
                        -interminable como tus presagios-,
y éste desagua de nuevo en la noche;
tinieblas otra vez como certeza.
           
Necesito distar –en planos desacordes
y un tiempo intransitivo-
de todo núcleo de esperanza.
Mi sangre, el deseo replegado,
no pueden enraizarse sino en sombras,
en áreas de légamo esculpido,
y no soportan ecuaciones sin llanto,
apenas suplican, balbucean,
con un tremor denso ya embarrado.

                        Y ronco, cabizbajo, derrotado,
en el hondo fracaso de tu noche
ese tren se detiene delirante
y las lágrimas frías de mi lluvia
barnizan los cristales despoblados,
empapando su luz amortajada,
y oxidan los raíles, el futuro,
reclamando –esencial, funesto, terco-
un lóbrego destino: la amargura.

(© José M. Alvarez)


viernes, 20 de febrero de 2015